“Cómo los experimentos de la cia con lsd destruyeron la mente brillante de mi padre”
A raíz de un inocente procedimiento dental, W. Henry Wall, senador estadounidense, resultó inadvertido participante del MK-ULTRA, el programa de la CIA con LSD que buscaba conseguir el control mental de individuos y aun de amplios grupos de personas.
Hace unos meses, reseñaron en Pijama Surf una investigación periodística que daba cuenta del legado de los experimentos secretos de la CIA con ácido lisérgico, el célebre LSD que en cierta época fue utilizado furtivamente por esta agencia para conocer sus efectos en individuos y grupos de población en específico, en particular con fines de control.
Pero decir que el programa de la CIA, archivado bajo el nombre de MK-ULTRA, era secreto es otorgarle un valor positivo que difícilmente podría atribuírsele. Más preciso sería calificarlo de clandestino, pues muchas de sus acciones y consecuencias cayeron tanto en la ilegalidad como en el poca o nula supervisión de autoridades que pudieran castigar a los responsables de una negligencia.
Recientemente, en el sitio Alternet se dio a conocer un fragmento del libro Healing to Hell, un recuento biográfico en el que su autor, el cirujano W. Henry Wall, Jr., cuenta cómo su padre, el Dr. W. Henry Wall, Sr. “Daddy”, quien fuera senador del estado de Georgia, Estados Unidos, fue una víctima directa y de algún modo innecesaria del MK-ULTRA, un ignorante partícipe de este por el cual vio trastornada su psique, todo a raíz de un inocente procedimiento dental.
¿Puedes imaginar un hombre profesional respetable, de mediana edad, recientemente importante, hasta entonces en su sano juicio, diciendo que dios sabe que las paredes en torno a ti se ondulan, que los grisáceos cuartos del hospital se iluminan con luces psicodélicas, que el aire zumba con vibraciones sobrenaturales y que los rostros a tu alrededor cambian constantemente de humano a animal a gárgolas y a humano otra vez? Es apenas imaginable, pero eso fue lo que le pasó a Daddy.
Según cuenta Wall Jr., su padre nunca antes había experimentado con LSD y probablemente ni siquiera conociera de su existencia hasta que Harris Isbell, director de un centro hospitalario de investigación sobre drogas en Lexington, Kentucky, comenzó a administrárselo sin previa advertencia ni consentimiento. Tanto esta institución como Isbell mismo formaban parte del programa MK-ULTRA e Isbell fue responsable de por lo menos 7 casos con igual número de pacientes a los que mantuvo en LSD por 77 días ininterrumpidos, experimentando con ellos y los efectos de la sustancia según se doblara, triplicara y aun cuadruplicara la dosis.
El ahora cirujano oral e inventor (actualmente ostenta los derechos de 19 patentes médicas) no es del todo preciso en cuanto a lo sucedido, sobre todo por las reservas impuestas al caso, pero no deja de asombrarse de que en cierto momento, “los impuestos de los estadounidenses pagaron a este hombre para destruir la mente y la vida de sus pacientes”.
Depresión, pánico y episodios psicóticos fueron solo algunas de las secuelas dejadas por Isbell en Wall Sr., quien eventualmente sospechó, sin nunca poder probarlo, que el LSD administrado por su médico se ocultaba en los alimentos y bebidas que recibía durante sus estancias en el susodicho hospital (por ejemplo, en la aparentemente inofensiva jarra de agua que siempre se encontraba al lado dela cama donde dormía).
Pero si esto de por sí es terriblemente sorprendente, ominoso, el hecho parece pesarosamente nimio cuando se advierte que no es sino apenas uno, inscrito en un plan mucho más vasto. Escribe Wall Jr., retomando la investigación de John Marks, el periodista que con mayor contundencia dio a conocer esta situación:
El personal de la CIA habría experimentado, como Marks observa, “con peligrosas y desconocidas técnicas en personas que no tenían idea de lo que estaba pasando […]. [Ellos] sistemáticamente violaron el libre albedrío y la dignidad mental de sus sujetos y […] eligieron victimizar grupos de personas cuya existencia consideraron [….] menos valiosa que la suya propia”.
Previsiblemente, el hijo del senador compara estos procedimientos con los que los nazis emprendieron contra minorías culturales como los judíos y los gitanos, en ambos casos gratuitamente, como parte de una alevosa maquinación justificada únicamente por vericuetos y trampas racionales que, no sin perversidad, edifican con argumento tras argumento una siniestra lógica del poder aplicada sobre el débil, el ignorante, el vencido (por ejemplo, los experimentos químicos realizados hacia 1950 sobre prisioneros de guerra norcoreanos para inducir el control mental, amnesia o ambos).
Con todos estos antecedentes, ahora la pregunta es, por supuesto, porque no parece probable que la CIA haya cambiado su ethos esencial ni ese pathos perverso que anima su razón de existir en este mundo, es con qué sustancia y con qué sujetos se encontrará experimentando actualmente.
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