Por Isabel Barceló Chico
JULIA, HIJA DE JULIO CÉSAR
Uno de los grandes dramas de las mujeres, harto conocido en nuestra sociedad, es su invisibilidad.
Cuando miramos al pasado, las noticias que nos llegan son muy escasas, desarticuladas y anecdóticas, referidas en su mayor parte a mujeres del nivel social más alto y siempre de manera marginal en los textos que relatan la vida o hechos destacados de sus familiares varones. Hemos de leer páginas y páginas de biografías masculinas para encontrar cuatro o cinco líneas referidas a una mujer…
Esa limitación a la hora de acercarnos a las mujeres de la antigüedad, aún se agrava más por la pobreza de datos objetivos. En las fuentes antiguas, la imagen que nos transmiten los biógrafos de sus padres o maridos no son ajenas a la opinión que les merecen los biografiados y, por tanto, no cabe esperar mucha ecuanimidad. El acercamiento a esas mujeres hemos de hacerlo pues recurriendo, con la mayor honestidad, a los datos de que disponemos y a nuestra propia intuición, siendo conscientes también de que podemos errar.
JULIA
Julia, única hija de Julio César, es una de las mujeres menos conocidas de su época.
Probablemente quedó oscurecida por su propia discreción y también por haber coincidido en el tiempo con grandes damas que dieron mucho que hablar en aquellos convulsos años de finales de la república.
Nació en el año 76 a.C, hija de Julio César y su primera esposa, Cornelia Cinna. Quedó huérfana de madre cuando contaba siete u ocho años y fue su abuela paterna, la famosaAurelia cuyas virtudes fueron ensalzadas por muchas generaciones de romanos, quien la educó.
Se crió en el barrio de la Suburra, un barrio popular que hoy llamaríamos multiétnico, en la casa familiar donde también había crecido su padre. Cuando éste fue elegido Pontífice Máximo en el año 63 a.C. – ella debía contar entonces 12 ó 13 años – toda la familia se trasladó a vivir a la domus publica, la casa oficial de ese cargo, el máximo de carácter religioso en Roma, ubicada junto a la Casa de las de las Vestales, en el Foro.
Podemos imaginar su adolescencia como la de cualquier otra muchacha de su edad, con la expectativa, siempre al fondo, de un matrimonio. Se sabe que era hermosa, tenía un carácter alegre y gentil y había sido exquisitamente educada por su abuela. Estaba muy unida a su padre, quien sentía por ella un gran afecto. En el año 59 a.C., en el contexto de una alianza política, su padre la casó con Pompeyo Magno.
Pese a la diferencia de edad – Pompeyo tenía treinta y cuatro años más que ella – ambos se enamoraron y disfrutaron de un matrimonio apasionado y dichoso.
Pero la dicha no duraba mucho en la Roma de aquellos tiempos, menos todavía ciertas alianzas políticas.
César y Pompeyo empezaron a distanciarse y a rivalizar.
Fue entonces cuando la figura de Julia adquirió mayor relieve: era ella, el amor que por ella sentían esos dos hombres, lo que impedía que se enzarzaran en una guerra. Julia fue, para los romanos, la personificación del mito de las Sabinas, la mujer con capacidad para mantener la paz entre su padre y su marido. Así, cuando en el 54 a.C. Julia murió al dar a luz a un hijo, todo el mundo intuyó que en Roma se había acabado la paz.
El apenadísimo viudo decidió dar sepultura a su esposa en una de sus villas fuera de la urbe, pero los ciudadanos se opusieron de tal modo, que hubo de renunciar a su propósito. Así, Julia fue incinerada en el Campo de Marte, como los grandes generales, y sus cenizas fueron depositadas en el mausoleo familiar.
No se habían equivocado mucho los romanos: en el 49 a.C. estallaba la guerra civil entre César y Pompeyo.
Pese a haber perecido en plena juventud, la muerte – o la vida – le regalaron a Julia un gran don: ahorrarle el dolor de ver asesinados a los dos hombres a quienes más había amado en el mundo.
arquehistoria.com
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