lunes, 26 de agosto de 2013

La hermandad de las calaveras: el culto napolitano de los muertos

El cementerio de Fontanelle en Nápoles alberga una impresionante historia que remonta a los viejos tiempos del Imperio Romano y se enclava en la Segunda Guerra Mundial

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La frontera del mundo de los vivos y el de los muertos ha sido explorada por todas las culturas y tradiciones del mundo, las cuales han tenido que vérselas tarde o temprano con el rostro de la muerte. Dentro de estas tradiciones destaca un curioso culto que floreció en la ciudad italiana de Nápoles, precisamente en el cementerio de Fontanelle. Construido como una serie de túneles subterráneos tallados sobre la piedra por los primeros colonizadores griegos, sirvió después como una via de comunicación y almacenamiento para los romanos y para los primeros cristianos.
Durante el Imperio Romano los túneles se transformaron en grandes catacumbas que albergaban los restos mortuorios de miles de personas, especialmente cuando sobrevenían epidemias o plagas, años después de que los emperadores hubieran desaparecido. Para el siglo XVI el osario ya rebosaba de huesos y osamentas humanas. En el siglo XVII la ciudad sufrió una serie de inundaciones que hicieron que algunas secciones del osario se desplomaran; debió ser un tremendo espectáculo para los napolitanos ver ríos de agua fluyendo por la ciudad que llevaban toneladas de huesos. Los religiosos de la ciudad decidieron remodelar el osario para dar cabida a una fosa común a donde iban a parar los cuerpos de los pobres y desamparados, dando origen al cementerio de Fontanelle. Este redescubrimiento de las catacumbas subterráneas durante los próximos siglos dio origen a un culto devocional sumamente particular.
Ya en el siglo XIX, concretamente en 1872, el padre Gaetano Barbati hizo exhumar grandes depósitos de huesos, haciendo que las calaveras fueran limpiadas y colocadas en largas repisas sobre la pared. Sin organización formal el culto comenzó a desarrollarse por sí mismo, atrayendo especialmente a mujeres ancianas y solas, generalmente sin familia, que “adoptaban” una calavera o varias y desarrollaban una extraña relación de lo que creían era un mutuo beneficio –entre ellas y los muertos.
Los devotos traían flores y regalos para sus cráneos “adoptivos”; hablaban con ellos, los limpiaban y les solicitaban consejo de muchas formas, en problemas domésticos o de negocios, además de que existían calaveras con habilidades “especiales”, como la dedicada a la fertilidad: una calavera que conserva incluso hoy un extraño brillo a causa de todas las manos de mujer que la han acariciado buscando quedar preñadas eventualmente; los devotos también creían que los espíritus de los muertos se comunicarían con ellos hablándoles directamente, a veces mediante la telepatía pero sobre todo a través de los sueños. Cuando recibían un favor de las calaveras, les dejaban un papel enrollado con una sencilla inscripción (“Per grazie recevuta“, o “por la gracia recibida”) a manera de agradecimiento. Otras formas de agradecer consistían en hacer construir pequeños o grandes altares, algunos incluso con puertas, lo que a través de los años cambió la faz de las catacumbas.
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Los creyentes confiaban especialmente en los poderes de ciertas calaveras para aportarles un dato muy concreto: los números de la lotería. La smorfia, la lotería napolitana, se celebraba los sábados, por lo que era común que los viernes Fontanelle estuviera lleno de mujeres tratando de persuadir a los espíritus en su propio favor (y, por otro lado, la lotería de Nápoles no es ajena a los hechos raros y fuera de lo común). Esto podría parecer mundano, pero en realidad se trataba también de un mecanismo de muchas personas para lidiar con la soledad o la pérdida de sus seres queridos, adoptando una calavera anónima que podría llevar ahí abajo varios siglos. De hecho los túneles sirvieron como refugio antibombas durante los bombardeos aéreos de la Segunda Guerra Mundial, en 1943. Los adherentes al culto agradecieron a sus queridos huesos el haberles salvado la vida.
No se sabe cuánta gente se adhirió a este curioso culto (que recuerda al más reciente de la “Santa Muerte” en muchos barrios de México) a través de los años, pero a pesar de que la Iglesia Católica no veía con buenos ojos estos rituales “necrófilos”, no fue sino hasta los años 60 del siglo XX que el lugar fue cerrado definitivamente. Para el año 2000, el ayuntamiento de Nápoles comenzó un programa de restauración para no perder el legado histórico –y potencialmente turístico– de Fontanelle. Las autoridades afirman que cada tanto un grupo de satanistas aficionados entra de noche y realiza misas negras en el interior, pero no de forma regular. Los devotos del culto a los osarios envejecieron y la tradición quedó como una leyenda de la ciudad, una vez que sus últimos adherentes se hubieran reunido con sus amados huesos.
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