24/11/11 La mayor selva tropical del planeta enfrenta el peor pronóstico. En vez de preservarla, se acusa a los ambientalistas de velar por intereses externos.
PorLEAO SERVA PERIODISTA Y EX SECRETARIO DE REDACCIÓN DEL DIARIO DE SAO PAULO
Durante la prolongada lucha del siglo XIX contra la esclavitud, los líderes brasileños denunciaban al movimiento global abolicionista por interferir con los asuntos internos del país. Un siglo después, ese mismo derecho de no injerencia en los asuntos internos está siendo nuevamente invocado, esta vez por los intereses de la agroindustria que defienden el derecho de Brasil a desmontar y quemar lo que queda de las selvas tropicales del planeta.
Brasil no prohibió la esclavitud por razones éticas. Lo hizo debido a que el surgimiento de la industria capitalista volvió más cara e ineficiente la esclavitud que la mano de obra asalariada. Sin embargo hoy no hay ningún intento de repensar un modelo económico basado en destruir bosques para producir y exportar ganado y minerales. Al contrario, la agroindustria brasileña, gracias a una poderosa representación parlamentaria y a la negligencia de la rama ejecutiva, impulsa una nueva ley de forestación que condenaría a vastas zonas de selva al exterminio.
La ley representaría una calamidad ecológica.
La región amazónica enfrenta la perspectiva de extinguirse. Sombríos pronósticos científicos se han hecho realidad en la forma de desastres como las impensables sequías de 2005 y 2010 y las grandes inundaciones de 2009. Y en los dos últimos años, el país se vio asolado por un número récord de incendios forestales, que no sólo reducen la superficie boscosa sino que también secan el aire y exponen un número aún mayor de zonas al riesgo de incendio.
Eso es lo que pasó con el Parque Nacional Xingu, en el estado de Mato Grosso, donde se registraron más de 10.000 incendios forestales en 2010. Las estadísticas preliminares indican que en los últimos dos años probablemente un 10% de su superficie selvática ha quedado destruido.
El parque, que alberga la primera gran reserva india de Brasil, fue pensado para proyectar una imagen idealizada de un país capaz de proteger la diversidad étnica ; hoy constituye la prueba de la incapacidad del país para proteger su patrimonio natural. Xingu se ha convertido en una isla verde rodeada de granjas de soja y ranchos de ganado. El proceso tornó más caluroso y más seco el clima de la zona. Esto generó incendios incomprensibles para los indios, cuya antigua cultura depende de la agricultura mediante incendios controlados. Pero ya no tienen ningún control. La quema de selva tiene un profundo impacto en las vidas de los indios.
Según el World Wildlife Fund, a los niveles actuales de deforestación, 55% de la selva amazónica podría desaparecer para el año 2030 . Mientras tanto, la mayoría parlamentaria, que representa a la elite de la agroindustria, acusa al movimiento ambiental de ser servil a los intereses extranjeros y de tratar de reducir la competitividad de los productos básicos brasileños. En el pasado, la parálisis política demoró el fin de la esclavitud durante décadas. Ahora está permitiendo la destrucción de la última gran selva ecuatorial del planeta.
Copyright The New York Times. Traducción de Cristina Sardoy.
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