lunes, 11 de marzo de 2013


Los arqueólogos buscan bajo tierra el Arca de la Alianza y el tesoro templario

LOS TÚNELES SECRETOS DE TIERRA SANTA


Bajo la superficie de uno de los territorios más sagrados de nuestro planeta, existe todo un cúmulo de grutas, cámaras secretas y tumbas subterráneas. Un inframundo de oscuridad y silencio, habitado por numerosos misterios sin resolver, como el origen del Templo de Salomón, el paradero del Arca de la Alianza, el significado de extraños símbolos paganos o el modo empleado por los templarios para sacar de Tierra Santa su tesoro y documentos secretos. Un enviado especial de AÑO/CERO ha descendido a esta realidad oculta en busca de respuestas.
Lo esencial es invisible a los ojos», afirma el Principito en la famosa obra de Antoine de Saint-Exupery. En el caso de Tierra Santa, la célebre frase no puede ser más cierta, pues prácticamente cada palmo de la superficie de Israel ha sido escenario de una historia prodigiosa, revela un misterio bíblico o forma parte de un santuario venerado por cualquiera de las tres grandes religiones. Pero esta sacralidad desbordante también penetra en el subsuelo. Bajo la superficie de tanta maravilla yace otra Tierra Santa. Otro mundo de promisión divina donde no manan ríos de leche y miel (Éxodo 3:7-8), pero «fluyen» túneles que llevan hasta las puertas del infierno; canteras reconvertidas en logias masónicas; cámaras secretas bajo el Templo de Salomón; cementerios dedicados a Yahvé, adornados por desconcertantes símbolos paganos; y largos pasadizos templarios por los cuales se transportaron tesoros ocultos. De modo que descender a estas profundidades, supone avanzar hacia las raíces mismas de lo sagrado.

Bajo los muros de Jerusalén, al este de la Puerta de Damasco, hay una enorme caverna redescubierta en 1856. Sus 9.000 m2 de galerías nos ofrecen la oportunidad de sumergirnos en las tinieblas de la historia que envuelven los legendarios orígenes de la masonería y el Templo de Salomón. Tradicionalmente, los judíos llaman a estos subterráneos la Cueva de Sedequías, último rey de Judá. Según el relato popular, este monarca, haciendo caso omiso de las advertencias que Yahvé transmitía a sus profetas, decidió rebelarse contra Nabucodonosor. El mandatario babilónico reaccionó con extrema violencia, invadiendo el reino judío y destruyendo el Templo de Jerusalén. Durante el asalto, Sedequías quiso huir de la ciudad, pero al encontrar los caminos cortados, optó por escapar a través de la cueva que hoy lleva su nombre. Aseguraban entonces que uno de sus pasadizos era tan prolongado que llevaba a Jericó. Sin embargo, los soldados caldeos siguieron las huellas del monarca, hasta darle captura.

En un rincón de esta caverna aflora un pequeño manantial que fluye gota a gota, conocido por el nombre de «Las lágrimas de Sedequías». Cuentan que, cuando el monarca fue apresado, sus lágrimas tocaron el suelo en ese lugar, y desde entonces no han cesado de brotar. Nabucodonosor castigó a Sedequías sacándole los ojos, así que el rey judío quedó sumido en la misma oscuridad que hoy domina su caverna. Si la Cueva de Sedequías se convirtió en testigo del final del Primer Templo, como asegura la tradición, también jugó un papel prioritario en el origen de dicho santuario. No en vano, otro antiquísimo relato identifica estos subterráneos con «las canteras de Salomón», pues se supone que el rey sabio tomó de las mismas los sillares necesarios para edificar el Templo. El poeta Yehuda Amijai (1924-2000) escribió al respecto: «De sus profundidades, Salomón extraía sus piedras como oraciones provenientes del abismo». De este modo, el rey constructor del santuario –Salomón– y el monarca responsable de su destrucción –Sedequías– habrían terminado cerrando el círculo de sus destinos en esta singular cueva. Por tal motivo, el alfa y el omega del Primer Templo habitan simbólicamente en sus entrañas.

Desde los subterráneos donde presuntamente fue extraída la piedra para el Primer y Segundo templos de Jerusalén, dirigimos nuestros pasos hacia el subsuelo del monte Moriah. Sobre su cumbre estuvo erigido el magno santuario de Yavhé, y aún hoy los creyentes sueñan con poder verlo próximamente reconstruido. No es simple nostalgia por la gloria perdida, sino la certeza de que, cuando eso ocurra, Israel entrará en una nueva era mesiánica


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