En 1505, un joven de veintidós años ingresó en el convento de los agustinos de Erfurt, en la actual Alemania, y antiguo Sacro Imperio Romano Germánico. Se llamaba Martin Lutero, y era hijo de un minero sajón de posición acomodada.
Se dice que realizó una promesa durante el transcurso de una gran tempestad, y que por esa razón, se retiró a una vida aislada y de introspección. Durante años, el hermano Martin iba a ser un monje ejemplar, piadoso, y obediente.
En 1507 se ordenó sacerdote y se le adjudicó la dirección de un curso en Wittenberg. En 1512 fue elegido prior del convento de Wittenberg y se doctoró en teología.
Hasta aquí, una brillante carrera eclesiástica, formada en el más convencional de los tradicionalismos. Pero la vida íntima de Lutero estaba cargada de dudas y preguntas acerca de las prácticas religiosas. Y un día todos sus cuestionamientos salieron a flote. Sus largas meditaciones lo llevaron a la convicción de que sólo a través de la fe llegaba la salvación del alma, y que las obras, los ritos y las (cada vez más corrompidas) prácticas católicas estaban vacías de contenido espiritual.
Con un impulso renovado, Lutero se dedicó entonces a transmitir sus conclusiones en las clases del convento, donde las aulas se llenaban para oírlo. Al tiempo que sus ideas frescas se iban conociendo lentamente, los casos de corrupción eclesiástica no paraban de brotar.
Cansado de esta situación, el 31 de octubre de 1517, el doctor Martin Lutero fijó, en la puerta de la capilla del castillo, noventa y cinco artículos en latín, invitando además a discutirlas públicamente.
En ellas se trazaron las principales ideas que luego tomarían todos los movimientos protestantes, tanto aquellos que abogaron por una separación de la Iglesia, como los que sólo buscaban reformarla desde dentro (como Lutero). La salvación por medio de la fe, y no de las obras, fue el centro de la doctrina luterana, en una época que se creía en el perdón de los pecados a través de la adoración de reliquias, o incluso de la compra monetaria del salvoconducto al Paraíso. Pero Lutero también embistió contra otras prácticas católicas, como la ostentación en el culto, la adoración a la Virgen María y los santos, y la mayoría de los sacramentos (a excepción del bautismo y la comunión).
Desde el punto de vista cultural, su mayor aporte quizá fue el haber exhortado al cristiano a desprenderse de la mediación del sacerdote para acercarse a Dios. Según Lutero, los fieles tenían el derecho a interpretar las Sagradas Escrituras a través de una lectura propia sin imposiciones. La invención de la imprenta de Gutenberg pronto fue el aliado perfecto para la difusión de los textos religiosos, y representó la oportunidad para que muchos fieles accedieran a ellos sin la mediación clerical.
La política, sin duda alguna, también le debe al luteranismo gran parte del proceso de desligamiento entre el poder eclesiástico y secular. Si bien el problema de quién envestía a los obispos (grandes señores feudales) ya tenía un largo historial que se remontaba a la Querella de las Investiduras, Lutero lo reanimó defendiendo a los príncipes alemanes frente a la intervención de Roma en los asuntos políticos del país. Es que la existencia del Papa era para Lutero casi absurda, ya que no sólo representaba la cabeza de una Iglesia totalmente corrompida, sino que su función de “mediador” entre Dios y los fieles era injustificable.
Los estudiantes de Lutero se apresuraron a traducir las tesis del maestro y a divulgarlas. A los pocos días que Lutero las escribiera y publicara, toda la Alemania las conocía. Pronto el “insolente” teólogo fue denunciado a Roma, al tiempo que el duque germano Federico de Sajonia lo tomó bajo su protección.
Pero la situación lo sobrepasó. La Reforma se abrió camino gracias a él, pero sin él. Alrededor del símbolo de su persona de reunieron cristianos ávidos de una religión más evangélica, o alemanes a quienes guiaba el deseo de liberar a su país de la tutela romana. Si bien es cierto que la causa primera que motivó a Lutero fue de índole religiosa, no puede negarse que otras causas, eclesiásticas, sociales y políticas, habrían de contribuir inmediatamente a la difusión de la Reforma en Alemania, y a la (no buscada por Lutero) escisión eclesiástica.
Fuentes:
- Atlas histórico y síntesis cronológica, vol. 2, Editorial Codex, Madrid, 1967.
- Venard, M.: Los Comienzos del Mundo Moderno, El Mundo y su Historia, Argos Barcelona, 1970.
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