domingo, 20 de junio de 2010

Contratos Karmicos


CONTRATOS KARMICOS.
Antes de venir al planeta, elegimos tomar un cuerpo físico y seleccionamos voluntariamente las experiencias que estamos dispuestos a experimentar. En ese proceso seleccionamos a nuestros padres, hermanos, futuras parejas, matrimonios, amigos, y demás. Con las personas que nos van a ayudar más eficazmente firmamos un “contrato kármico”. Nos ponemos de acuerdo en lo que cada uno le va a hacer al otro con la intención de enseñar o aprender algo. El proceso de aprendizaje es mutuo y el contrato kármico se firma de común acuerdo. Cuando llegamos a este plano, nos olvidamos de lo firmado y vivimos la experiencia elegida.
Los contratos kármicos son voluntarios e irrevocables; no desaparecen hasta que se cumplen totalmente. Uno los elige con la finalidad de dar un paso adelante muy importante en la evolución personal. Por ejemplo, una mujer puede pedirle a su “futuro esposo” que durante el matrimonio la maltrate; de esta manera, ella reconocerá que tiene muy poco amor propio y deberá aprender a valorarse como mujer. Por otra parte, él acepta que ella le inicie una demanda legal; de esta manera, tendrá que aprender a respetarla y renunciar a su machismo.
Cuando hay un contrato kármico, se percibe una sensación de venganza en una o en ambas personas involucradas. Nos olvidamos de que nosotros mismos hemos elegido vivir la “mala experiencia” para aprender la lección y reparar nuestros errores pasados.
El principio de causa y efecto dice que existen muchos planos de causación, por tal motivo, a veces es muy difícil entender por qué sucede lo que sucede.
EL DRAMA PERSONAL.
Según el principio de causa y efecto, todo lo que vivimos es el resultado de nuestros propios actos. Contamos con el poder creador y, a veces, debido al mal uso del mismo, creamos situaciones difíciles o dolorosas; creamos de esta manera nuestro “drama personal”. Según los principios, el drama de toda persona se reduce a la idea de separación de su Fuente (Dios).
Podemos comparar el efecto de la separación con el concepto del “pecado original”. En la Biblia, esto se explica con la imagen de la expulsión de Adán y Eva del Paraíso. La sensación de separación o desconexión de nuestra verdadera Fuente (Dios) es la que genera todos los miedos, las angustias y los problemas mayores. Un ejemplo de esto es la soledad. La soledad no se resuelve teniendo a una persona al lado nuestro; en muchos casos, uno puede llegar a sentirse horriblemente solo aún estando acompañado. La soledad es un problema personal y tiene que ver con la sensación de estar desconectado de nuestro Creador. Solamente reparando esa conexión podemos sentirnos plenos, completos y felices. Curiosamente, muchas iglesias fomentan la idea de separación y no la de unión. Esto se debe a que se basan en las leyes del ego y no en las del espíritu. El miedo más grande que existe es el miedo a Dios, a recibir su condena o castigo, lo cual es totalmente absurdo.
Como conclusión, la idea del karma, o el ciclo de culpa y castigo, fue creado por nuestro ego. Dios no condena ni castiga porque El nos ha creado tal como somos. El sabe que lo que estamos viviendo es como un gran sueño del cual tenemos que despertar. No hay culpas ni culpables; no tenemos nada que pagar ni que hacer pagar a los demás; solamente existe la experiencia.
El proceso de liberación del karma comienza con el reconocimiento de la proyección que hacemos hacia los demás. Es decir que tenemos que empezar a reconocer que no hay culpables fuera de nosotros, sino que, de alguna manera, uno está proyectando el problema hacia fuera. Luego debemos reconocer que tampoco nosotros somos culpables, sino que solamente hemos cometido algunos errores. Finalmente, debemos reparar esos errores corrigiendo nuestra percepción de la vida.
Cuando creamos nuestro ego, cuando surgió la idea de separación, Dios puso en nuestra mente el instrumento necesario para devolvernos la percepción correcta de la vida. Este instrumento es lo que llamamos Yo Superior o Espíritu Santo.
Todos debemos aprender a invocar al guía de nuestro Yo Superior, especialmente en los momentos en que se encuentra en conflicto, para entender lo que está ocurriendo.
La Era de Acuario nos enseña que no somos culpables de nada; tan sólo hemos cometido errores y los errores se corrigen. La parte más perfecta de nuestra mente nos ayuda en este proceso. Para poder evolucionar, debemos desarmar nuestro “drama personal”. Con nuestro drama lo único que hacemos es acaparar la atención de los demás y de esta manera tomamos su energía. Esto significa que cuantos más dramas experimentamos, más robamos la energía de los demás. Pero cuando empezamos a despertar a la vida espiritual, descubrimos que la Fuente de nuestra energía es otra y que la misma es infinita e inagotable; por lo tanto, no necesitamos apropiarnos de la energía ajena.
El proceso del perdón consiste en “desarmar” lo que hemos construido eliminando las culpas que ponemos en otros y en nosotros mismos. De esta manera, comenzamos a sentir la sensación de unidad. Pero mientras exista una sola persona a la que consideremos culpable, nunca encontraremos paz en nuestra vida.
El perdón a uno mismo es, tal vez, uno de los más difíciles de lograr. La autocondenación se da la mayoría de las veces de una manera muy sutil y, a la vez, muy intensa. A veces, sentimos la voz de un juez interno que nos recuerda cuán tontos hemos sido al haber actuado de cierta forma; ese juez no es más que la voz de nuestro propio ego que debemos aprender a callar.
Perdonar no es sinónimo de debilidad. Perdonar no significa permitirles a los demás que vuelvan a hacer lo mismo con uno. Perdonar significa entregar el problema a una autoridad superior a la nuestra, que impondrá Su Justicia y no la que nuestro ego quiere. Perdonar también significa aprender a ponerles límites a los demás y a defender nuestros derechos.
Mision Rahma

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