En la mayoría de los antiguos sellos cilindricos que se han encontrado, los símbolos de determinados cuerpos celestes, miembros de nuestro sistema solar, aparecen por encima de las figuras de dioses o humanos.
Un sello acadio del tercer milenio a.G, ahora en el Vorderasiatis-che Abteilung del Museo del Estado de Berlín Este (catalogado VA/ 243), se aparta de la forma habitual de representar los cuerpos celestes. No los muestra individualmente, sino como un grupo de once globos que circundan a una estrella grande y con rayos. Evidentemente, es una representación del sistema solar, tal como lo conocían los súmenos: un sistema consistente en doce cuerpos celestes. (Fig. 99)
Normalmente, nosotros representamos el sistema solar de forma esquemática, como una línea de planetas que se aleja del Sol a distancias crecientes. Pero si representáramos los planetas, no en una línea, sino uno después de otro en un círculo (el más cercano, Mercurio, en primer lugar, después Venus, luego la Tierra, etc.), el resultado se parecería al de la (Todos los dibujos son esquemáticos y no a escala; las órbitas planetarias en los dibujos que siguen son circulares en vez de elípticas para facilitar la representación.)
Si echamos un segundo vistazo a la ampliación del sistema solar representado en el sello cilíndrico VA/243, veremos que los «puntos» que circundan la estrella son, en realidad, globos cuyos tamaños y orden se adecuan al sistema solar representado en la (Fig. 100)
El Pequeño Mercurio viene seguido por un Venus más grande. La Tierra, con el mismo tamaño de Venus, está acompañada por la Pequeña Luna. A continuación, en el sentido contrario al de las agujas del reloj, Marte se muestra correctamente, algo más pequeño que la Tierra pero más grande que la Luna o Mercurio. (Fig. 101)
La antigua representación nos muestra después un planeta desconocido para nosotros, considerablemente más grande que la Tierra, aunque más pequeño que Júpiter y Saturno, que se ven con toda claridad a continuación. Aún más lejos, otro par se corresponde perfectamente a nuestros Urano y Neptuno. Por último, el pequeño Plutón está también ahí, pero no donde lo situamos nosotros ahora (después de Neptuno), sino entre Saturno y Urano.
Tratando a la Luna como a un cuerpo celeste más, esta representación sumeria da cuenta plena de todos los planetas que conocemos, los sitúa en el orden correcto (con la excepción de Plutón), y los muestra por tamaño.
Sin embargo, esta representación de 4500 años de edad insiste también en que había -o ha habido- otro planeta importante entre Marte y Júpiter. Como mostraremos después, éste es el duodécimo planeta, el planeta de los nefilim.
Si este mapa celeste sumerio se hubiera descubierto y estudiado hace dos siglos, los astrónomos habrían pensado que los sumerios estaban totalmente desinformados, al imaginar, estúpidamente, que había más planetas después de Saturno. Ahora, no obstante, sabemos que Urano, Neptuno y Plutón están realmente ahí. ¿Imaginaron los sumerios las otras discrepancias, o estaban correctamente informados por los nefilim de que la Luna era un miembro del sistema solar por derecho propio, Plutón estaba situado cerca de Saturno y había un Duodécimo Planeta entre Marte y Júpiter?
La teoría largo tiempo sustentada de que la Luna no era más que «una pelota de golf helada» no se descartó hasta después de la conclusión de varias misiones Apolo a la Luna. Hasta aquel momento, las mejores conjeturas consistían en que la Luna era un trozo de materia que se había separado de la Tierra cuando ésta era aún de material fundido y maleable. Si no hubiera sido por el impacto de millones de meteoritos, que dejaron cráteres en la superficie de la Luna, ésta habría sido un trozo de materia sin rostro, sin vida y sin historia que se solidificó y sigue a la Tierra desde siempre.
Sin embargo, las observaciones hechas por satélites no tripulados han comenzado a poner en duda estas creencias tanto tiempo manejadas. Al final, se llegó a la conclusión de que la composición química y mineral de la Luna era suficientemente diferente de la de la Tierra como para poner en duda la teoría de la «separación». Los experimentos realizados en la Luna por los astronautas norteamericanos, y el estudio y análisis del suelo y de las muestras de rocas que trajeron, han determinado, más allá de toda duda, que la Luna, aunque en la actualidad estéril, fue alguna vez un «planeta vivo».
Al igual que la Tierra, tiene diferentes capas, lo que significa que se solidificó desde su propio estadio original de materia fundida. Al igual , que la Tierra, generaba calor, pero mientras que el calor de la Tierra proviene de sus materiales radiactivos, «cocidos» en el interior de la Tierra bajo una tremenda presión, el calor de la Luna proviene, según parece, de capas de materiales radiactivos que se encuentran muy cerca de la superficie. Sin embargo, estos materiales son demasiado pesados para haber ascendido hasta ahí. Entonces, ¿cómo se llegaron a depositar tan cerca de la superficie de la Luna?
El campo gravitatorio lunar parece ser errático, como si inmensos trozos de materias pesadas (como el hierro) no se hubieran hundido de modo uniforme hasta su centro, sino que estuvieran dispersos. Pero, ¿podríamos preguntar a través de qué proceso o fuerza? Existen evidencias que indicarían que las antiguas rocas de la Luna estuvieron magnetizadas. También existen evidencias de que los campos magnéticos se cambiaron o invirtieron. ¿Ocurrió esto a través de algún proceso interno desconocido, o por medio de alguna influencia externa indeterminada?
Los astronautas del Apolo 16 descubrieron que las rocas lunares (llamadas brechas) eran el resultado de la destrucción de la roca sólida y su posterior soldadura gracias a un calor extremo y repentino. ¿Cuándo y cómo se hicieron añicos y se refundieron estas rocas? Otros materiales de la superficie de la Luna son ricos en los poco frecuentes potasio y fósforo radiactivos, materiales que en la Tierra se encuentran a grandes profundidades.
Reuniendo todos estos descubrimientos, los científicos afirman ahora que la Luna y la Tierra, formadas más o menos con los mismos elementos y más o menos por el mismo tiempo, evolucionaron como cuerpos celestes separados. En opinión de los científicos de la Administración Nacional de la Aeronáutica y el Espacio de los Estados Unidos (N.A.S.A.), la Luna evolucionó «normalmente» durante sus primeros 500 millones de años. Luego, dijeron (tal como se informó en The New York Times),
El período más catastrófico llegó hace 4.000 millones de años, cuando cuerpos celestes del tamaño de grandes ciudades y pequeños países se estrellaron en la Luna y formaron sus inmensas cuencas y sus altísimas montañas.
Las ingentes cantidades de materiales radiactivos dejados por las colisiones comenzaron a calentar la roca por debajo de la superficie, fundiendo enormes cantidades de ésta y forzando mares de lava a través de las grietas de la superficie.
El Apolo 15 encontró un deslizamiento de rocas en el cráter Tsiolovsky seis veces más grande que cualquier deslizamiento de rocas en la Tierra. El Apolo 16 descubrió que la colisión que creó el Mar de Néctar depositó escombros hasta a 1.600 kilómetros de distancia.
El Apolo 17 alunizó cerca de un acantilado ocho veces más alto que cualquiera de la Tierra, lo que significa que se formó por un terremoto ocho veces más violento que cualquier otro terremoto en la historia de la Tierra.
Las convulsiones que siguieron a este suceso cósmico continuaron durante unos 800 millones de años, de modo que la composición y la superficie de la Luna adoptaron por fin su forma helada hace alrededor de 3.200 millones de años.
Así pues, los sumerios tenían razón al representar a la Luna como un cuerpo celeste por derecho propio. Y, como pronto veremos, también nos dejaron un texto que explica y describe la catástrofe cósmica a la que se refieren los expertos de la NASA.
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