Lo hizo porque deseaba sentirse humano. Dios era ajeno a tan tremenda idea. Al final lo consiguió. Cuál no sería su tremenda sorpresa: a pesar de los destellos de la inmensidad de Estrellas del Universo, que su Energía perdió fuerza. El se sintió desorientado y con una infinita sensación de soledad y vació interior. Aún así, deseaba encontrar en aquella semi – oscura Inmensidad a aquel diminuto Planeta, del que tantos desencarnados, al llegar a la Gloria a Él le comentaron.
Estas sensaciones, en determinados momentos le hacían sentir añoranza de no poder observar las cristalinas aguas del Mar, de poder tomar entre sus manos un puñado de nieve, oler el aroma de una planta, comerse una pera, y sobre todo, conocer un Espíritu con el cuerpo de mujer.
Continua diciendo dicha leyenda, qué aún en nuestros días, “el Espíritu del viajero Errante del Cosmos”, sigue deambulando de un lado a otro del Universo, en la idea de que en un día no muy lejano, Él encontrara su “Planeta Azul” y, en Él conseguirá conocer a esa hermosa Energía con cuerpo de mujer que a Él junto al mar le estará esperando.
Cuando alguien durante la fracción de segundo que va desde la última y la primera noche del año o, entre las cero horas y las veinticuatro del “día de todos los Santos”, enciende tres velas tricolores con tres mechas (una cada vela), le recita una Oración y le pide tres deseos, si estos son coherentes, a lo largo de los próximos doce meses suelen acabar cumpliendose.
Si estas tres velas son magnetizadas por un experto y se enciende a las cero horas del uno de Enero y/o de Viernes Santo y/o treinta y uno de Octubre, está, además de conectar espiritualmente con tan maravilloso Ser, permite a las personas que colectivamente participan en dicho ritual, entrar en armonía espiritual con familiares y amigos difuntos, si ese es su deseo.
En circunstancias difíciles se puede encender a las cero horas de cualquier noche del año, excepto la “Noche Mágica de San Juan”.
La gratitud de este Ser Superior, al tu encenderle esas tres velas en su honor, es inmensa, pues a pesar de la inmensidad y la lejanía, Él en esos momentos no siente sensaciones de soledad, pues cada uno de nuestros microscópicos destellos sirven en esos momentos para que Él vea con algo más de claridad ese “Gran Abismo” que hay a los pies de su destino.
Autor: Elías Robles (profesor Saile Selbor)
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