El remedio mas empleado, muy a menudo contra las artes brujeriles y espíritus malignos, amén de plagas y otros muchos eventos negativos, eran los conjuros. El conjuro no era sino una forma de magia canalizada mediante la palabra. Son muchos los tipos que podemos encontrar, como muchas son también las aplicaciones que prescribe la mentalidad popular. No obstante debemos distinguir dos aspectos:
Como contraposición a la brujería negra siempre hubo una brujería blanca o “buena”. Así ciertas meigas benéficas emplearían la magia para hacer el bien, siendo las poseedoras de procedimientos para poder diagnosticar a las gentes su posible aojamiento o hechizo.“Tres te han ojado,
cuatro te desojarán:
Jesús, José, María
y la Santísima Trinidad”.
“Estás mal
de una mirada,
te la voy a cortar
de una manada.
Por la gracia de Dios
y santa Ana
que todo lo cura
y todo lo sana.
Con este ajo ajero
que corta lo malo
y deja lo bueno”.
Se puede afirmar que la mayor parte de las prácticas heterodoxas, entre las que destaca la brujería, poseen en muchos casos un claro antecedente pagano. En el caso que nos ocupa no habría de ser sino una serie de practicas paganas relacionadas en muchos casos con la fertilidad que, con el devenir de los siglos y con la influencia claramente cristianizadora de la Iglesia, fue derivando en sus formas y usos hacia un aspecto puramente folklórico, tal como hoy lo conocemos. Este tipo de creencias y ritos paganos a que hacemos alusión, perseguidas y reprimidas con contundencia por papas y reyes, no pudiendo, en muchos casos, ser “reconvertidas”, irán degenerando a lo largo de los siglos hasta la época actual.
Recordemos que ya en el siglo VI el discurso de San Martín de Dumio, arzobispo de Braga (Portugal), con jurisdicción en toda la Gallaecia, titulado De correctione rusticorum, arremete contra este tipo de practicas paganas aun presentes en la idiosincrasia popular. Prueba del binomio poder eclesiástico-poder político existente en la Alta Edad Media es el Chronicon alberdense o emilianense, en que el rey asturiano Ramiro I impone pena de fuego a todos aquellos que practiquen la magia.
En 1478 el papa Sixto V dictara la bula que permitirá a los Reyes Católicos la creación del Santo Oficio que hasta su definitiva abolición en España, en 1834, sembrara de procesos inquisitoriales y, por supuesto, de victimas inocentes de tales barbaries toda la geografía hispana, con personajes tan famosos como los inquisodores Tomás de Torquemada, Torralba o Avellaneda. Las Constituciones Sinodales de los obispados de León, Astorga y Santiago nos muestran testimonio fiel de ese afán de la Iglesia por condenar las practicas mágicas y supersticiosas tanto del clero como de los propios feligreses.
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