lunes, 19 de diciembre de 2011


MOMIAS EGIPCIAS - RITUALES PARA EL MAS ALLA


Los antiguos egipcios embalsamaban a sus difuntos, colocaban amuletos y joyas entre los vendajes, cubrían sus rostros con lujosas máscaras y los depositaban en bellos ataúdes y sarcófagos.


Para alcanzar la vida eterna, los egipcios consideraban imprescindible reunir y preservar las partes físicas y espirituales del difunto. 
Con este fin se procedía a momificar su cuerpo, y a protegerlo mediante amuletos, máscaras, ataúdes y sarcófagos. El proceso de momificación obedecía al intento de conservar el cuerpo del difunto de cara a su postrer renacimiento en el Más Allá: era la condición imprescindible para que los cinco elementos que componían la personalidad del individuo, disgregados en el momento del óbito, se reunieran como estaban unidos en la tierra. 
Sólo así era posible vivir eternamente en los campos de Ialu, el reino del dios de los muertos, Osiris.
 Cuando éste murió fue descuartizado por su hermano Set, pero las diosas Isis y Neftis recompusieron sus despojos y con ellos el dios Anubis confeccionó la momia divina. Dado que todo difunto se asimilaba a Osiris, de este mito se desprende que, incluso tras la muerte, era imprescindible proteger a la momia frente a los ataques de Set. 
Con tal fin, el cadáver (khet) era tratado para que pueda resistir el paso del tiempo. Pero, para los egipcios, el individuo era más que un cuerpo: comprendía la sombra (shut), un reflejo fiel del cuerpo en la tierra; el ka, el principio vital por excelencia: una porción infinitesimal de la energía cósmica que se depositaba en el recién nacido; el ba, el conjunto de las peculiaridades del individuo, su personalidad, y el nombre (ren).
 Todos estos elementos debían integrarse en la momia para asegurar su renacimiento. Una vez finalizado el tratamiento del cadáver, los embalsamadores lo envolvían con tejidos de lino de diferente calidad; largas tiras de vendas convertían el cadáver en un paquete con forma humana meticulosamente envuelto. Las vendas se entrelazaban y pegaban con resina, formando una defensa suplementaria contra las agresiones externas, como si se tratara de una segunda y resistente piel.
 La importancia mágica de los tejidos se constata en el papel preponderante que ocupan en las ofrendas a los dioses y en las ofrendas funerarias. Así, en los muros de las tumbas, donde se representa todo lo que necesitará el difunto para su vida en el Más Allá, no faltan los alimentos (pan, cerveza, hortalizas, carne) pero tampoco los ungüentos, los perfumes ni, por supuesto, los tejidos. Sobre el cuerpo y entre las vendas se colocaban joyas y amuletos para asegurar, una vez más, la protección de la momia: collares, pectorales, brazaletes, anillos, escarabeos (amuletos en forma de escarabajo)... Cada pieza ocupaba un lugar predeterminado por el ritual de la momificación. 
El corazón era el órgano más importante, ya que los egipcios creían que en él residían el pensamiento y los sentimientos. Una vez tratado con natrón (una sal mineral), el corazón retornaba a su lugar natural, ya que debía participar activamente en el juicio del difunto ante un tribunal presidido por Osiris. El vendaje de los diferentes miembros del cuerpo se completaba con varias capas de tiras de lino. 
Tras concluir el proceso con una ancha venda longitudinal y dos o más bandas transversales, se aplicaba la máscara funeraria, que protegía los vendajes de la cabeza y constituía un recordatorio idealizado de las facciones que el muerto tuvo en vida. Los ataúdes-sarcófagos presentan dos formas básicas durante la historia de Egipto.
 En los primeros tiempos eran rectangulares, y a partir del Imperio Nuevo se hicieron antropomorfos.
 Estos últimos se decoraban reproduciendo un cuerpo momificado idealizado, en el que sólo la cara y las manos emergían del vendaje, y se representaban las pelucas, las joyas, las diosas protectoras y las inscripciones mágicas.


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Fuente: National Geographic

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