miércoles, 15 de agosto de 2012


La ciudad perdida de Qatna: el misterio de las tumbas reales

Pasadizo subterráneo en el palacio real de Qatna
En 2002, un equipo de arqueólogos alemanes descubrió en Siria las cámaras funerarias intactas de una dinastía del II milenio a.C.
El conde Robert du Mesnil du Buisson llegó a Siria después de la primera guerra mundial, entre las tropas francesas encargadas de administrar el territorio. Aficionado a la arqueología, supo por un viajero que a 18 kilómetros de Homs, la ciudad en la que residía, se encontraba un lugar que parecía presentar un particular interés histórico. Se trataba de un montículo llamado Tell el-Mishrife, una colina artificial formada, como otras en el Próximo Oriente, a partir de los sucesivos niveles de ocupación desde épocas remotas. La particularidad de Tell el-Mishrife era su extensión, un kilómetro cuadrado, algo que a Dumesnil le pareció muy prometedor: «Lo primero que sorprende del sitio son las proporciones gigantescas de las ruinas, especialmente la altura de las elevaciones de tierra y la superficie del área interior».
Durante los primeros años, Du Mesnil excavó en el promontorio que se halla en la parte occidental del yacimiento. Hasta que en la campaña de 1927 realizó el descubrimiento que le permitiría identificar el lugar: una serie de tablillas cuneiformes que hacían referencia al nombre de la ciudad, Uru qat-na. Du Mesnil se dio cuenta de que había desenterrado la antigua ciudad de Qatna, capital de un poderoso reino que en la primera mitad del II milenio a.C. se enriqueció con el comercio que la unía a las ciudades del valle del Éufrates y se relacionó con los grandes imperios de la época como los hititas, Mitanni y Egipto. Durante los trabajos, Du Mesnil localizó también unas escaleras en el área norte e hizo trasladar una iglesia que le impedía cavar sin obstáculos. Sin embargo, en 1929 tuvo que dejar las excavaciones.

La cripta de los reyes

Hasta el año 1999 no se reanudaron las labores arqueológicas en Qatna. Un equipo sirio-alemán, dirigido por los arqueólogos Michel al-Maqdissi, de la Dirección General de Antigüedades y Museos de Siria, y Peter Pfälzner, de la Universidad de Tubinga, fue el encargado de continuar la labor de Du Mesnil, mientras que Daniele Morandi, de la Universidad de Udine, coordinó las operaciones en el resto del promontorio y del yacimiento.
Los arqueólogos concentraron sus esfuerzos en el palacio real, el conjunto monumental más importante de Qatna, con unas dimensiones de 150 metros de este a oeste. Fue aquí donde, en 2002, el equipo alemán realizó un descubrimiento sensacional: un pasillo descendente, situado al norte de la sala del trono y de la sala de ceremonias de culto, que conducía a un gran hipogeo. Pfälzner describía así el impacto del hallazgo: «Fue algo completamente inesperado, porque Du Mesnil du Buisson no había observado indicios de una estructura semejante, y no se sabe de ningún palacio de la Edad de Bronce que tenga un complejo subterráneo como éste». En el suelo de ese pasillo, tras una puerta de madera carbonizada, se encontraron los restos de 63 tablillas cuneiformes, escritas en hurrita y en acadio, la lengua franca de todo el Próximo Oriente, que habían caído de los archivos que se encontraban en el piso superior.


Al final del pasadizo, y tras bajar por una escalera de mano, los arqueólogos se hallaron ante una puerta flanqueada por dos estatuas de basalto a cuyos pies se habían depositado unos cuencos con ofrendas y huesos de animales. No había duda de que se encontraban ante la entrada de una cámara funeraria. La puerta daba acceso a un gran espacio que contenía los huesos esparcidos de los antepasados reales, así como un ajuar funerario compuesto por unos dos mil objetos entre los que se contaban vasijas de calcita, boles, dos bancos de piedra bajo los que se habían tirado huesos de animales y varios objetos preciosos como una cabeza de león en ámbar procedente del Báltico.
Los arqueólogos también hallaron una mesa de preparación para la muerte sobre la que yacía el esqueleto de una mujer cubierto con siete telas, un sarcófago y un osario. Los vasos, boles y huesos de animales constituyen los restos de un ritual funerario conocido como kispum, que consistía en un festín ritual realizado por los reyes en honor de sus antepasados, y en el que se consumía carne de cordero y ternera, leche y cerveza, tal como atestiguan los restos encontrados.

Otro sepulcro intacto

Tras este descubrimiento, los arqueólogos siguieron trabajando en Qatna. En la campaña de 2009 se realizó el hallazgo de una nueva cámara funeraria intacta en el ala noroeste del palacio, que estaba sellada con una puerta de piedra. Tras ella se encontraba una gran cripta, de 4,90 por 6,30 metros, en la que yacían los cuerpos de unas treinta personas, algunas de ellas depositadas en cajas de madera. Junto a los restos aparecieron vasijas de cerámica, granito y alabastro procedentes de Egipto, una de las cuales contenía valiosas joyas de oro.
Todos estos descubrimientos atestiguan la importancia que tuvo la antigua Qatna como enclave comercial, a lo que contribuyeron su situación geográfica, cerca de las montañas de la costa, y su papel como meta de las tres rutas que conectaban las ciudades del valle del Éufrates con el Levante mediterráneo a través del desierto. La riqueza de Qatna permitió a sus reyes erigir el gran palacio que presidía la ciudad y poder enterrar a sus muertos con lujosos objetos procedentes de lugares lejanos. Pero hacia 1340 a.C. un ejército invasor, posiblemente hitita, puso fin al reinado del rey Idanda. Al arrasar el palacio, sin embargo, los invasores consiguieron que los tesoros de las cámaras funerias de los gobernantes de Qatna quedaran sepultados y protegidos durante milenios. Ahora, por fin, empiezan a revelar todos sus secretos.
Cristina Barcina. Historiadora, Historia NG nº 103
nationalgeographic.com.es


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