Pregunto casi con fruición de encuesta: ¿no observaron ustedes que
una enorme mayoría de personas allegadas a lo alternativo, lo
metafísico, lo espiritual, tienen severos problemas de convivencia, de
relación afectiva? Va de suyo que existe un porcentaje que no; que
coexisten pacíficamente, sin estridencias. Va de suyo también que
deberíamos excluir de estas consideraciones a quienes se ponen el sayo
de “alternativos” o “espirituales” sólo para ganar unos dinerillos.
Hablo de ustedes, de quienes viven con pasión
lo no convencional, de quienes creen que hay caminos espirituales
válidos. De quienes defienden la “psicodiversidad”. De quienes aceptan
la materialidad y el pragmatismo casi como un mal necesario.
Pensando en esos lectores, recordé algunas líneas, concretamente, de
uno de mis cursos (a cuyos alumnos y alumnas, aún cursantes, les ruego
la dispensa de compartirlo con algunos miles). Y escribía esto:
“(…) Pero —nobleza obliga— también debemos advertir de los peligros que esta travesía trae consigo. El primero, principal, más obvio y evidente casi de forma inmediata: es una vía de evolución, con todos los beneficios pero (en el contexto social en que nos desenvolvemos) todos los riesgos que ello implica. Y de éstos últimos, sobresale el “síndrome del pájaro pintado”.
Éste hace referencia a una cruel costumbre de algunos niños en países de Europa Oriental (incluso, sirvió de título a una novela del escritor polaco Jerzy Kosinski) en la cual se captura un gorrión de una bandada y se le pinta con brillantes colores; luego se le libera, pero cuando el pájaro trata de regresar a su bandada, el resto de los gorriones ya no lo reconocen y comienzan a atacarlo a picotazos; el pájaro pintado debe entonces huir —y vivir en soledad, pues no será aceptado en otra bandada— o arriesgarse a morir bajo el ataque de quienes eran hasta hace poco sus congéneres. Ya no es, ya no volverá a ser nunca el mismo, y por ello su vida, sus horizontes deberán forzosamente ser distintos o arriesgarse a perecer. Así también, nuevos miedos remplazarán a los antiguos y sólo habrá paz cuando, quizás, se cruce en el camino de otros pájaros pintados.
Pensar y —sobre todo— vivir de acuerdo a (estos) principios es ser por propia elección un pájaro pintado. La vía de evolución, la vía de ascensión no está exenta, no puede estarlo, de dolores y pérdidas. Todo crecimiento duele, toda ascensión duele porque sólo se puede evolucionar en soledad. No existe el crecimiento “compartido”; alguien muy amado a su lado puede elegir libremente las mismas lecturas, las mismas prácticas, los mismos estudios, acompañarle activamente en su búsqueda, pero la forma en que impactará ese camino en el espíritu de esa persona será una experiencia propia e intransferible y, por definición, distinta de la de usted. Así que no hay forma de mutar y no arriesgarse en el proceso a que las cosas y la gente queden atrás. El camino del monje es solitario, y sólo cada uno y cada una sabrá si es el momento y está pronto para ello.
Cualquiera diría que con estos comentarios trato de espantar a mis lectores. No, se trata precisamente de lo contrario, pero no puedo ser hipócrita y caer en las mismas actitudes zalameras y gratuitamente complacientes a que hiciera referencia (en la lección anterior). Lo que quiero decir es que cada uno y cada una de ustedes debe hacerse cargo, ser responsablemente conciente si éste, el camino de la evolución, es lo que realmente quieren y buscan, y comprender que en la Vida siempre hay intercambio de energías; por ende, si debo evolucionar, debo abandonar viejas vestiduras, desprenderme de viejas costras. No se puede evolucionar y seguir gozando de las comodidades, beneficios, réditos y condiciones de antes de ese paso evolutivo.
Ahora bien, quisiera detenerme un momento en aclarar en qué consiste, de qué manera se manifestará en nosotros dicha “evolución”. Pues no nos transformaremos en seres inmateriales, ni teletransportaremos nuestros cuerpos físicos por mera expresión de la voluntad. Empero, sería cuando menos pedante —y seguramente erróneo— de mi parte definir las consecuencias últimas de la evolución de cada uno, porque precisamente por lo dicho no puede nunca saberse cómo impactará la misma en cada espíritu. De una cosa pueden estar seguros: ese resultado final no será conflictivo con la tendencia armónica de las leyes universales y sí coherente con el “sentido funcional” (prefiero no decir “misión”) de nuestra vida aquí y ahora. Debemos aceptar, por tanto, enfocar nuestra atención al resultado inmediato del camino evolutivo.
Porque hasta aquí hemos hablado de una de las complicaciones: la soledad, cuando menos inicial. Pero es tiempo de hablar de los beneficios. Y uno de éstos es la deformación del campo espiritual en nuestro derredor atrayendo hacia nosotros el componente espiritual de los demás. Esto no es difícil de comprender. En el reacomodamiento subsiguiente al crecimiento interior, se establecen nuevas relaciones interpersonales, nuevas “líneas de energía” vinculantes con terceros, siendo estos “terceros” personas y eventos. Geométricamente hablando, esta evolución se manifestará como lo que llamo una “perspectiva heliocéntrica” afín a la más pura concepción esotérica. Así como todo sistema solar se constituye con una estrella central que da vida, luz, calor, energía, y a su alrededor se organizan y subordinan los planetas, unos más próximos, otros más lejanos y esos planetas pueden “prosperar”, es decir, recibir luz, calor, energía, vida, en tanto y en cuanto permanezcan estables en la relación geométrica que tienen con el astro central, así alrededor de nosotros, en esta nueva fase evolutiva, se organizará y dispondrán las personas y los hechos. Más cercanos o más lejanos a nosotros, recibirán energía y vida de ese “sol” en que nos habremos de transformar, microcósmicamente seremos aquello que macrocósmicamente es el sistema solar. Seremos un fractal de aquél. Pero, entonces, ellos —los demás, los eventos— serán también un fractal nuestro. Estemos bien, y ellos devendrán armónicos. Permitámonos flaquear, y el equilibrio del conjunto estará en peligro.
Así que va de suyo que el primer beneficio de esta práctica será una consecuencia similar a la distorsión del espacio-tiempo einsteniano alrededor de un cuerpo astronómico, que es la Gravedad concebida desde la perspectiva relativista. Otra vez, por Principio de Correspondencia, así como todo cuerpo astronómico —en virtud de esa deformación— atrae inevitable e irremediablemente hacia sí todo otro cuerpo (con mayor velocidad cuanto más cercano se encuentre) así atraeremos hacia nosotros otros “cuerpos”, esto es, personas y eventos. Incidentalmente, como en nosotros late una inteligencia y discernimiento que en el cuerpo planetario no existe, habrá una selectividad optativa de qué personas y qué eventos queremos atraer.
Otro de los beneficios imanentes tiene que ver con la salud —en cualquier forma que la concibamos—Nos ordenaremos de acuerdo a las líneas de energía y las formas fundamentales de la Naturaleza. Y donde hay orden, hay equilibrio. Donde hay equilibrio, hay salud porque, ¿qué es la salud, sino una condición de equilibrio?. Evolucionar es sanar, como sanar es evolucionar.
Puesto en otros términos: Somos entes dinámicos y por eso, cambiantes. No somos lo que fuimos —o creíamos, o creyeron los demás— ayer, ni lo que seremos mañana. Y mutar, en sentido evolutivo, requiere la templanza del dolor también. Porque el dolor es inevitable: lo que es evitable es que ese dolor sea estéril.
www.pensemosqueesgratis.wordpress.com
“(…) Pero —nobleza obliga— también debemos advertir de los peligros que esta travesía trae consigo. El primero, principal, más obvio y evidente casi de forma inmediata: es una vía de evolución, con todos los beneficios pero (en el contexto social en que nos desenvolvemos) todos los riesgos que ello implica. Y de éstos últimos, sobresale el “síndrome del pájaro pintado”.
Éste hace referencia a una cruel costumbre de algunos niños en países de Europa Oriental (incluso, sirvió de título a una novela del escritor polaco Jerzy Kosinski) en la cual se captura un gorrión de una bandada y se le pinta con brillantes colores; luego se le libera, pero cuando el pájaro trata de regresar a su bandada, el resto de los gorriones ya no lo reconocen y comienzan a atacarlo a picotazos; el pájaro pintado debe entonces huir —y vivir en soledad, pues no será aceptado en otra bandada— o arriesgarse a morir bajo el ataque de quienes eran hasta hace poco sus congéneres. Ya no es, ya no volverá a ser nunca el mismo, y por ello su vida, sus horizontes deberán forzosamente ser distintos o arriesgarse a perecer. Así también, nuevos miedos remplazarán a los antiguos y sólo habrá paz cuando, quizás, se cruce en el camino de otros pájaros pintados.
Pensar y —sobre todo— vivir de acuerdo a (estos) principios es ser por propia elección un pájaro pintado. La vía de evolución, la vía de ascensión no está exenta, no puede estarlo, de dolores y pérdidas. Todo crecimiento duele, toda ascensión duele porque sólo se puede evolucionar en soledad. No existe el crecimiento “compartido”; alguien muy amado a su lado puede elegir libremente las mismas lecturas, las mismas prácticas, los mismos estudios, acompañarle activamente en su búsqueda, pero la forma en que impactará ese camino en el espíritu de esa persona será una experiencia propia e intransferible y, por definición, distinta de la de usted. Así que no hay forma de mutar y no arriesgarse en el proceso a que las cosas y la gente queden atrás. El camino del monje es solitario, y sólo cada uno y cada una sabrá si es el momento y está pronto para ello.
Cualquiera diría que con estos comentarios trato de espantar a mis lectores. No, se trata precisamente de lo contrario, pero no puedo ser hipócrita y caer en las mismas actitudes zalameras y gratuitamente complacientes a que hiciera referencia (en la lección anterior). Lo que quiero decir es que cada uno y cada una de ustedes debe hacerse cargo, ser responsablemente conciente si éste, el camino de la evolución, es lo que realmente quieren y buscan, y comprender que en la Vida siempre hay intercambio de energías; por ende, si debo evolucionar, debo abandonar viejas vestiduras, desprenderme de viejas costras. No se puede evolucionar y seguir gozando de las comodidades, beneficios, réditos y condiciones de antes de ese paso evolutivo.
Ahora bien, quisiera detenerme un momento en aclarar en qué consiste, de qué manera se manifestará en nosotros dicha “evolución”. Pues no nos transformaremos en seres inmateriales, ni teletransportaremos nuestros cuerpos físicos por mera expresión de la voluntad. Empero, sería cuando menos pedante —y seguramente erróneo— de mi parte definir las consecuencias últimas de la evolución de cada uno, porque precisamente por lo dicho no puede nunca saberse cómo impactará la misma en cada espíritu. De una cosa pueden estar seguros: ese resultado final no será conflictivo con la tendencia armónica de las leyes universales y sí coherente con el “sentido funcional” (prefiero no decir “misión”) de nuestra vida aquí y ahora. Debemos aceptar, por tanto, enfocar nuestra atención al resultado inmediato del camino evolutivo.
Porque hasta aquí hemos hablado de una de las complicaciones: la soledad, cuando menos inicial. Pero es tiempo de hablar de los beneficios. Y uno de éstos es la deformación del campo espiritual en nuestro derredor atrayendo hacia nosotros el componente espiritual de los demás. Esto no es difícil de comprender. En el reacomodamiento subsiguiente al crecimiento interior, se establecen nuevas relaciones interpersonales, nuevas “líneas de energía” vinculantes con terceros, siendo estos “terceros” personas y eventos. Geométricamente hablando, esta evolución se manifestará como lo que llamo una “perspectiva heliocéntrica” afín a la más pura concepción esotérica. Así como todo sistema solar se constituye con una estrella central que da vida, luz, calor, energía, y a su alrededor se organizan y subordinan los planetas, unos más próximos, otros más lejanos y esos planetas pueden “prosperar”, es decir, recibir luz, calor, energía, vida, en tanto y en cuanto permanezcan estables en la relación geométrica que tienen con el astro central, así alrededor de nosotros, en esta nueva fase evolutiva, se organizará y dispondrán las personas y los hechos. Más cercanos o más lejanos a nosotros, recibirán energía y vida de ese “sol” en que nos habremos de transformar, microcósmicamente seremos aquello que macrocósmicamente es el sistema solar. Seremos un fractal de aquél. Pero, entonces, ellos —los demás, los eventos— serán también un fractal nuestro. Estemos bien, y ellos devendrán armónicos. Permitámonos flaquear, y el equilibrio del conjunto estará en peligro.
Así que va de suyo que el primer beneficio de esta práctica será una consecuencia similar a la distorsión del espacio-tiempo einsteniano alrededor de un cuerpo astronómico, que es la Gravedad concebida desde la perspectiva relativista. Otra vez, por Principio de Correspondencia, así como todo cuerpo astronómico —en virtud de esa deformación— atrae inevitable e irremediablemente hacia sí todo otro cuerpo (con mayor velocidad cuanto más cercano se encuentre) así atraeremos hacia nosotros otros “cuerpos”, esto es, personas y eventos. Incidentalmente, como en nosotros late una inteligencia y discernimiento que en el cuerpo planetario no existe, habrá una selectividad optativa de qué personas y qué eventos queremos atraer.
Otro de los beneficios imanentes tiene que ver con la salud —en cualquier forma que la concibamos—Nos ordenaremos de acuerdo a las líneas de energía y las formas fundamentales de la Naturaleza. Y donde hay orden, hay equilibrio. Donde hay equilibrio, hay salud porque, ¿qué es la salud, sino una condición de equilibrio?. Evolucionar es sanar, como sanar es evolucionar.
Puesto en otros términos: Somos entes dinámicos y por eso, cambiantes. No somos lo que fuimos —o creíamos, o creyeron los demás— ayer, ni lo que seremos mañana. Y mutar, en sentido evolutivo, requiere la templanza del dolor también. Porque el dolor es inevitable: lo que es evitable es que ese dolor sea estéril.
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